CEFB.
Publicado en la Revista El Bilbaino primavera de 2021, bajo el mismo titulo.
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Patria Grande y patrias chicas en la primera independencia, desafíos para la reconstrucción de la memoria histórica y un ejercicio para el caso chileno.
Ricardo Jiménez A.[1]
“Tal es el objeto de esta llamada que hacemos a los hijos del Sur. La América debe al mundo una palabra. Esa palabra pronunciada, será la espada de fuego del genio del porvenir que hará retroceder al individualismo Yankee en Panamá; esa palabra serán los brazos de la América abiertos a la tierra y la revelación de una era nueva.
El palenque está abierto, la hora ha sonado. A todos el deber.”
Francisco Bilbao
Como afirmó el sociólogo peruano, Alberto Adrianzén, aunque hay proyectos de integración regional en Europa, África y Asia, solo para los latinoamericanos y caribeños esta idea y sentimiento alcanza una permanencia e intensidad tal, que llega a ser una verdadera “obsesión”. En todos los actuales países, o “patrias chicas”, del continente, sin excepción, existen múltiples y permanentes procesos, hechos y personajes que han alimentado este persistente programa y destino de unión en una sola Patria Grande, cuyo arquetipo lo sintetiza y representa Simón Bolívar.
Pero estas tendencias a la unión continental han estado desde el inicio en lucha con el programa antagónico, el de la fragmentación en países separados, desvinculados u opuestos, digitado por el poder fáctico de potencias extranjeras, especialmente de Estados Unidos, y las oligarquías locales en cada uno de los actuales países.
La memoria histórica ha sido un campo de batalla fundamental en esta disputa de proyectos. En toda Nuestra América, por razones políticas, intencionadas, el desconocimiento, la tergiversación y en no pocas ocasiones la falsificación y la franca calumnia, han sido parte de la construcción y divulgación de una historia oficial y oficiosa que busca justificar las repúblicas fragmentadas, excluyentes y dependientes de poderes fácticos extranjeros, que surgieron, precisamente, de la derrota parcial y transitoria del primer gran proyecto independentista.
Así como estas repúblicas oligárquicas fueron el proyecto de las oligarquías locales y los poderes fácticos de potencias extranjeras para expropiar a los pueblos la tierra, el agua, los recursos energéticos, las industrias nacionales, el estado y los derechos, de la misma manera expropiaron también, justamente como base para expropiar todo lo demás, aunque mucho más sutil y exitosamente, la memoria histórica.
Felizmente, en la actualidad, y tras dos siglos de resistencias permanentes, los pueblos latinoamericanos, a diferentes ritmos y formas según su específica realidad, imponen procesos políticos de cambios y reformas que buscan terminar con estas repúblicas oligárquicas y excluyentes. No es casual que, en cada caso de avances, la recuperación de la memoria histórica propia de Nuestra América y de cada uno de los actuales países que la conforman juegue un rol fundamental como sustento ideológico de ese proceso.
Es un hecho objetivo que ni en el Tahuantinsuyo andino, que incluía un tambo en la actual ciudad de Santiago de Chile, ni en la colonia española, ni en los proyectos independentistas de la primera generación patriota revolucionaria moderna, de la que tratamos aquí, existía ninguna concepción de países separados, sino de una única formación continental. Que el jesuita peruano Viscardo llamó “América española”; Miranda, “Colombia” o “Nuestra América”; y Bolívar y San Martín buscaron coaligar con el primer tratado de integración suramericana en 1823.
Incluso la denominación de América Latina, aunque gestada con intensiones expansionistas en Francia, encuentra su más temprano antecedente de uso unionista y soberano, para separar a nuestros pueblos del imperialismo norteamericano, en la obra y pensamiento de un chileno: Francisco Bilbao, en una conferencia dictada, precisamente, en París, Francia, el 24 de julio de 1856, donde usa el término para referirse a todos los territorios y pueblos al sur de la frontera estadounidense. Y así lo usará profusamente durante toda su activa carrera política y propagandística, que incluye su proyecto de “Iniciativa de la América. Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas” de 1856 (citado al inicio de este artículo).
Aunque fue admirador del progresismo liberal francés, “América Latina” tiene para Bilbao un uso y sentido expresamente “bolivariano”, de autonomía respecto de cualquier otro poder extranjero, incluido el de Francia. Al punto que, seis años más tarde de su conferencia en París, al invadir Francia a México, Bilbao afirmará públicamente la necesidad de apoyar la resistencia antimperialista mexicana contra los franceses, y rechazará todo despotismo y expansionismo, tanto europeo como norteamericano (La América en peligro. 1862). Y con ese exacto mismo sentido la expresión será usada por prácticamente todos los revolucionarios y revolucionarias modernos, incluyendo a Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, Lolita Lebrón, Eva Perón y Hugo Chávez.
Esta correlación de la memoria libertaria con las resistencias y avances populares actuales, es la contrapartida del esfuerzo permanente de las oligarquías, los imperialismos, los patriarcalismos y las colonialidades por hacer inaccesible esta memoria, por sepultarla en capas interminables de escombros y basuras. En el siglo XVI, el Virrey español del Perú, Francisco de Toledo, encargó y financió al sacerdote Sarmiento de Gamboa la confección de una “Historia Indica”, destinada a oficializar la llamada “leyenda negra” de la cultura andina, llena de tergiversaciones y distorsiones realizadas sistemáticamente con el objetivo político de justificar la invasión y saqueo como obra “civilizatoria” frente a bárbaros, salvajes e inhumanos. En esa obra, como describió el investigador peruano, Alberto Flores Galindo: “los incas eran idólatras, convivían con el diablo, ejecutaban sacrificios humanos y, por último, practicaban la sodomía” (“Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes”. 1987).
Desde entonces, la industria de sepultar la memoria, alimentada por innumerables calumniadores oficiales y oficiosos, ha sido permanente, incesante. Creando un metafórico campo minado, donde a cada paso estallan innumerables versiones, contradictorias, incluso delirantes, malinterpretaciones, ignorancias y calumnias, dejando a cada latinoamericano/a y caribeño/a sin saber, finalmente, en qué creer, sintiendo irremediablemente perdida cualquier memoria confiable, menos aún, útil para pelear y transformar el presente. El resultado final y operante para los pueblos es una confusión de fondo sobre las que cualquier cosa que se diga es válida con tal de esconder para siempre, irremediablemente, el legado político, pendiente y vigente, de la primera independencia. El poeta chileno universal, Pablo Neruda, sintetizó magistralmente esta nebulosidad histórica construida en torno a los/as libertadores/as, con un solo verso de su “Canto a Bolívar”: “Padre, le dije, eres o no eres o quién eres?” (1941).
Los/as Libertadores/as
En ese marco epistémico es que se recorta aquí, lo que denominamos “primera generación independentista revolucionaria” de los/as libertadores/as. Aquella formada por hombres y mujeres, cuadros dirigentes y liderazgos, que encabezaron y representaron lo que Alberto Flores Galindo llamó los proyectos independentistas modernos, distinguibles de las previas resistencias indígenas anticoloniales de los siglos precedentes.
Se trata de personas diversas que, desde diversos teatros de operaciones y territorios de Nuestra América, compartieron un mínimo proyecto estratégico fundamental común, en esa lucha histórica, más allá de diferencias programáticas menores, de tácticas puntuales, incluso de conflictos y hasta graves odiosidades personales, entre ellos/as. También de sus limitaciones personales y políticas, propias de su época y biografías, que, siendo reales, humanas y necesarias de reconocer y analizar, no obstan en nada la grandeza de ese objetivo programa mínimo común emancipatorio.
Unidad continental. Soberanía plena ante poderes fácticos extranjeros. Igualdad e inclusión social de las clases / castas más explotadas y dominadas (esclavos, indígenas, “pardos comunes”, mujeres). Y soberanía mental, a través de la creación de respuestas revolucionarias propias. Son los cuatro componentes fundamentales, que forman un todo integral, indivisible, interactuante, de ese proyecto revolucionario independentista, que no logró realizarse del todo, pero que sí consiguió la que – por esa razón de incompletitud – llamamos “primera” independencia anti colonial, es decir, la ruptura de las cadenas formales y expresas de dominación política y económica cultural.
Este recorte es útil porque permite separar nítidamente a los/as representantes de esta primera generación independentista revolucionaria, que llamamos los/as libertadores/as: Los Tupacs Amaru y Katari; las Mama T’allas Micaela Bastidas y Bartolina Sisa; Simón Bolívar, José de San Martín y José Artigas; Manuela Sáenz y Juana Azurduy; entre muchos/as otros/as, de los traidores de ese proyecto fundamental y esa generación, representantes de las oligarquías locales y la subordinación a las potencias extranjeras. Quienes buscaban y finalmente lograron, destruir a la generación independentista, balcanizar en republiquetas de juguete la unidad continental, someterse a los dictados imperialistas de nuevas potencias hegemónicas y reemplazar a los colonialistas españoles en la cúspide de la pirámide de clases / castas, dejando a los sectores populares en la explotación y exclusión, incluyendo la mantención de la esclavitud de los/as afro descendientes, el genocidio y la servidumbre indígena y la negación de derechos a las mujeres, por décadas y hasta siglos. Francisco de Paula Santander en la actual Colombia, José Antonio Páez en la actual Venezuela, Juan José Flores en el actual Ecuador, José de la Riva Agüero en el actual Perú, Bernardino Rivadavia y Bartolomé Mitre en la actual Argentina, Diego Portales en el actual Chile, entre muchos otros.
Estos traidores hicieron uso extensivo del silencio y el olvido, de las calumnias, malinterpretaciones, medias verdades y tergiversaciones, contra los/as libertadores/as, durante su vida y después de su muerte, incluyendo las falsas acusaciones de autócratas, monarquistas, corruptos y agentes extranjeros, entre otras. A pesar y en contra del hecho histórico de que todos/as ellos/as murieron asesinados/as, en el exilio y la miseria económica, a manos precisamente de sus calumniadores locales y de las potencias extranjeras.
Solo décadas después de su derrota transitoria y desaparición física, cuando los/as libertadores/as ya no representaban un peligro inmediato para ellos, los traidores oligarcas hicieron una operación política – alrededor del centenario de la independencia – para re-convertirlos/as en supuestos/as “fundadores/as” de estas repúblicas frustradas, republiquetas de juguete. “El crimen perfecto” de la memoria; no solo deja impune a los culpables, sino que culpa a las propias víctimas.
Para ello, literalmente, fueron a buscar sus cadáveres, a donde los habían abandonado antes, exiliados como Artigas, San Martín, Simón Rodríguez y Bernardo O´Higgins. Asesinados como Sucre y Dorrego. Condenados a la miseria como Juana Azurduy. A Manuela Sáenz aún no logramos encontrarla, en algún lugar de Paita en Perú, donde la arrojó el odio de los traidores. Volvieron a tergiversarlos/as, esta vez como “padres” de estas patrias de pantomima; a enterrar sus espadas en frías bóvedas de bancos; incluso a blanquearlos racistamente en estatuas y retratos, tan falsos como las pompas oficiales con que pretendieron sellar, falsear y robar para siempre a los pueblos su mensaje revolucionario.
El poeta y cantor popular venezolano, Alí Primera, lo sintetiza con precisión y agudeza, al hacer dialogar a un niño pequeño con Bolívar en una de sus canciones. En ella, el niño le explica esta operación política, con palabras que pueden aplicarse perfectamente a todos/as los/as libertadores/as de esa generación: “La alta burguesía, va a llevarte flores al Panteón Nacional cada Aniversario de tu muerte… A asegurarse que estés bien muerto, Libertador, Bien muerto” (“Canción Bolivariana”. 1980).
Parte del “campo minado” con que pretendieron hacer inaccesible la memoria, fue la narrativa de que estos/as libertadores/as no eran sino una facción de la clase / casta criolla blanca, ajena a los pueblos y sus intereses revolucionarios. Tratando de tapar con el dedo de sus mentiras el sol de la verdad; de los ejércitos libertadores, las guerrillas montoneras y las logias conspirativas revolucionarias independentistas, donde militaron, conspiraron y murieron cientos de miles de latinoamericanos/as y caribeños/as populares, en pos del proyecto que encabezaron los/as libertadores/as. Felizmente, cada vez son más los estudios que rompen esta tergiversación histórica, rescatando y devolviendo la memoria popular de lucha independentista que representaron y lideraron los/as libertadores/as.
Un solo ejemplo. El hermoso libro “Memorias de la Insurgencia”, un diccionario elaborado por el Archivo General de la Nación (AGN) y el Centro Nacional de Historia (CNH) de Venezuela en 2010 (y 2011), que rescató de los archivos coloniales cientos de expedientes judiciales contra insurgentes independentistas populares, anónimos, invisibilizados, o estigmatizados por la historia oficial posterior, de las castas pardas, pobres, negros, indígenas, mulatos y mujeres. Esos pueblos que compartieron lucha y destino con los/as libertadores/as, sufriendo la cruenta derrota transitoria hasta hoy.
“A la huella de un siglo que otros borraron, mintiendo los martirios del traicionado”. Son versos de una hermosa canción del gran cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa dedicada al líder independentista José Artigas (Alfredo Zitarrosa y Carlos Bonavita. 1966), pero que pueden aplicarse perfectamente también a toda la primera generación revolucionaria independentista latinoamericana y caribeña de los/as libertadores/as.
Traicionar a su persona y su proyecto de Patria; borrar sus huellas por medio del silencio, la malinterpretación y la calumnia; mentir sus martirios para levantarlos oficialmente como “padres” de lo que construyeron sus enemigos. Ese ha sido el destino de Tupac Amaru y Tupak Katari, Micaela Bastidas y Bartolina Sisa; Dessalines y Pétion; Simón Bolívar, José de San Martín, José Artigas, Manuela Sáenz, Juana Azurduy y tantos otros y otras que integraron esa generación selecta, extraordinaria, de revolucionarios/as patriotas de la primera independencia.
Esquilo, antiguo dramaturgo griego, escribió con acierto que “la verdad es la primera víctima en una guerra”. Y una misma guerra es la que libró esa primera generación y se continúa librando hoy, a través de generaciones. En vez de la Patria Grande, soberana y justa que los y las patriotas proyectaron, sobre su derrota, su traición y su exterminio físico y simbólico, las oligarquías construyeron repúblicas fragmentadas, excluyentes y dependientes del poder imperial extranjero, para explotarlas egoístamente y administrarlas con mano de hierro represiva.
Una misma guerra todavía pendiente, que describe con exactitud Simón Rodríguez, el genio intelectual revolucionario y maestro de Bolívar, cuando escribe en 1828, ya derrotado Bolívar y esa generación, que: “se ha obtenido, no la independencia sino un armisticio de la guerra que habrá de decidirla. El estado de América no es el de la independencia sino el de una suspensión de armas” (“Sociedades americanas en 1828”.).
Idea que repetirá José Martí, cubano, diplomático antimperialista, poeta y guerrillero, en 1893: “¡así está Bolívar… calzadas aún las botas de campaña… porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!” (“Velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana”. 28 de octubre de 1893).
Un eco que Augusto Sandino, trasmitirá al siglo XX, cuando en 1929, enmontañado en guerra de guerrillas para propinar la primera gran derrota al ejército más poderoso del mundo, los marines invasores norteamericanos en Nicaragua, se dé tiempo para escribir su “Plan para la realización del supremo sueño de Bolívar”, que su Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua presenta a los Representantes de los Gobiernos de los veintiún Estados Latinoamericanos, para “que comprendiendo a las veintiún fracciones de nuestra América integren una sola NACIONALIDAD”.
Las organizaciones revolucionarias de Suramérica, alzadas en armas contra atroces dictaduras militares, beberán también de esta savia ideológica siempre verde, legada por nuestros/as primeros/as patriotas independentistas: “Las cobardes burguesías criollas y sus ejércitos, no supieron hacer honor al legado revolucionario liberacionista de la gloriosa lucha anticolonial de nuestro pueblo, que conducidos por héroes como Bolívar, San Martín, Artigas, y tantos otros, conquistaron la independencia, la igualdad y la libertad” (“A los pueblos de América Latina”. Junta de Coordinación Revolucionaria – JCR.1974).
Sin embargo, a pesar de la feliz consolidación de este proceso permanente de recuperación de la memoria histórica, antes descrito, todavía el conocimiento de este largo parto creativo metafórico, de esa epopeya del pensamiento y la acción propios, resulta desconocida para amplios sectores populares. Todavía, muy escasa y pálidamente, se le reduce a nombres, fechas y estatuas inmóviles en alguna asignatura escolar, sentidas, con toda razón, como lejanas y ajenas a las cuestiones del presente. Todavía, apenas si se le hace algún caso en muchas universidades, siempre corriendo a toda prisa para enterarse de la última novedad académica europea o norteamericana. Todavía, y a pesar de notables avances, existen cuadros, militantes y simpatizantes de las fuerzas políticas y movimientos sociales antimperialistas y socialistas, que no la conocen, sino en forma fragmentaria y distorsionada por toda clase de silenciamientos, desconocimientos y desvirtuaciones. Sabiendo, muchas veces, más de otros que de si mismos como pueblos en lucha.
En el caso de los/as libertadores/as de la primera independencia, se envenena a los pueblos, enfatizando apresuradamente sus errores y limitaciones; se otorga la mayor centralidad a sus pugnas y divisiones. Olvidando que estos/as compañeros/as, como cualquiera otros/as en la historia humana tienen sombras que no obstan a sus gigantes aportes. Tal como lo dijera el Che Guevara para el caso de los creadores del marxismo: «A Marx, como pensador, como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, pueden, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y estas sirven solamente para demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aun con la clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes del pensamiento» (“Notas para el estudio de la ideología de la revolución cubana”. 1960).
Creando así la falsa disyuntiva de tener que elegir entre un supuesto “culto a la personalidad”, idealizado, como las estatuas de bronce, conservadoras, racistas y moralinas, en que las oligarquías buscan convertirles, y un escepticismo paralizante, según el cual el ser humano mismo es incapaz de valores fraternos y solidarios, negando la posibilidad siquiera de verles como compañeros/as, tan humanos como cualquiera, pero que lucharon y aportaron a la emancipación de sus pueblos de los cuales son hijos/as. Porque, como dijo Fidel Castro: “No son los individuos los que hacen la historia, es la historia la que hace a… las figuras o las personalidades” (“Conferencia Mundial Diálogo de Civilizaciones. América Latina en el siglo XXI: Universalidad y Originalidad”. 2005).
Se repiten con ligereza impune todas las malinterpretaciones, medias verdades y calumnias. Enterrando en el desconocimiento, la tergiversación y el olvido, toda su sustancia vital, creativa y revolucionaria, que es su legado. Al mismo tiempo que, por contraste, se resaltan las virtudes de las corrientes y experiencias extranjeras, distinguiendo y aminorando sus errores y limitaciones.
Por ello, aunque avanzan fuerte las recuperaciones y usos mayoritarios del propio pensamiento, especialmente, para el caso de los/as libertadores/as de la primera independencia, a partir del impacto universal de la Revolución Bolivariana de Venezuela, las reflexiones y experiencias propias, nacidas en estas tierras, constituyen, para las grandes mayorías, aún un tesoro perdido y necesario, a medio sepultar todavía, cuya utilidad y oportunidad vuelven urgente su rescate y uso pensante, instrumental, formativo.
Apura, entonces, rescatar espadas de los escombros, ahora que aumentan las manos dispuestas a empuñarlas. Actualizando la tarea que señalara tempranamente José Martí: “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse… el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es… Se necesita abrir una campaña de ternura y de ciencia” (“Nuestra América”. 1891). Y que ya antes supiera describir con vehemencia y belleza el hondureño José del Valle, gestor de la más radical independencia colonial de España en Centroamérica y México: «La América será desde hoy mi ocupación exclusiva. América de día, cuando escriba: América de noche cuando piense. El estudio más digno de un americano es la América» (“Soñaba el abad de San Pedro y yo también sé soñar”. 1822).
Un ejercicio
Para graficar concretamente las dificultades que implica esta reconstrucción de la memoria histórica, que no se pueden subestimar, no tienen soluciones fáciles y requieren esfuerzos de investigación, reflexión y éticos, nada mejor que un ejercicio concreto para el caso de Chile. Se trata de un análisis crítico de estas estrategias de tergiversación y olvido de la memoria histórica revolucionaria, en este caso, sobre el Libertador Bernardo O’Higgins, muy extendidas en la izquierda actual chilena y recogidas por el escritor Jorge Baradit en uno de sus libros de la trilogía “Historia secreta de Chile”, muy exitosos en ventas.
Escritor Baradit se pisa la cola con errores sobre O’Higgins. “Pisarse la cola” es un antiguo dicho popular, cuya metáfora animal refiere al hecho de ser inconsecuente con uno mismo, hacer lo contrario de lo que se dice o caer en lo mismo que se critica. Esto le ocurre al escritor Jorge Baradit en su artículo “¿Es Bernardo O’Higgins el libertador de Chile?”[2]
En el Prólogo del mismo libro en que poco después aparece el artículo de O’Higgins, señala que la historia contada en la escuela desde hace décadas: “está plagada de omisiones y tergiversaciones acomodaticias… simplificaciones torpes y los afanes pedagógicos moralistas… mutilando la historia y convirtiéndola a veces en un manojo de relatos patrioteros”.
Juzgue cada cual, tras leer esta nota, si no le ocurre justamente eso al relato de Baradit sobre O’Higgins. Para ello, revisaremos muy esencialmente las ideas centrales del relato.
La disputa entre O’Higgins y Carrera sería la de una revolución “(invasión) argentina”, la del primero, y la de una “chilena”, la del segundo. Silenciando, nada menos, que se trata de una guerra de independencia entre las colonias españolas americanas por un lado y el imperio colonial español, por otro, Baradit nos habla de un “ejército invasor argentino que destruyó al ejército chileno”.
Por “argentino”, se refiere al ejército de Los Andes, en el que se sabe bien documentadamente que, además de una mayoría de rioplatenses (entonces no existía Argentina), había fuerte aporte de chilenos, altoperuanos (actual Bolivia, que en ese entonces no existía) y ex esclavos negros. Pero más importante aún, que su objetivo y proyecto declarado de programa es la emancipación continental, lo cual se simboliza en el hecho de que la bandera de este ejército no es, a propósito, exactamente igual a la de las provincias del Río de la Plata, sino diferente. Baradit ignora o prefiere ocultar esto diciendo que era una bandera “albiceleste”, es como si se llamara “albiceleste” la primera bandera chilena de Carrera (tenía esos dos colores) para dar a entender tergiversadamente que era “argentina”.
Ese ejército de Los Andes venció a las fuerzas realistas españolas en Chile, a las que Baradit se permite llamar “ejército chileno”, aunque no tiene problemas en reconocer que habían cometido toda clase de crímenes y abusos contra la población de Chile (¿?). Se sabe con certeza que San Martín, que vivió y luchó desde los cuatro hasta los cuarenta años de edad en España, para luego venir a luchar en la independencia latinoamericana, hablaba con acento español y habló siempre de la independencia continental (Patria Grande), nunca “Argentina”, todo un símbolo que la revolución era programática y no de supuestas nacionalidades, en realidad chovinismos (patrias chicas) que no existían todavía.
El propio Carrera, ¡Oh, sorpresa! Y Oh, silencio enorme en el relato de Baradit, es un actor importante en las luchas internas post independencia en… Sí, las provincias del Río de la Plata, Argentina, como la llama a-históricamente Baradit. Incluso la actual Constitución federal de ese país tiene mucho de las ideas legadas por Carrera.
¿Acaso se trata de que Carrera “invadió” Argentina? Claro que no. Se trata de que Carrera y la Logia Lautaro compartían el mismo programa revolucionario esencial que era irrenunciablemente Continental, lejos de la caricatura “nacional” (más bien chovinista) de Baradit. Sus disputas obedecieron a muchos otros factores, tal como ocurre hoy en que vemos fuerzas programáticas con el mismo programa esencial, pero separadas por una serie de otros factores complejos, entre los que están incluso las odiosidades personales.
Las propias palabras finales de Carrera: “Muero por la libertad de América” son lapidarias para el relato de Baradit y hacen estallar su invento de “dos revoluciones”, “una chilena” y de pseudo nacionalismos actuales trasladados a-históricamente a la época independentista.
Además de este criterio de origen nacional de los integrantes de los ejércitos, a-histórico, incongruente y poco riguroso, ya que justamente no existían esas nacionalidades tal como las conocemos hoy, para justificar las supuestas “dos revoluciones”; además de ignorar o silenciar por completo el carácter irrenunciablemente continental de todos los revolucionarios, carrerinos y lautarinos, Baradit también apela a los siguientes argumentos:
Carácter masónico de la Logia Lautaro de O’Higgins, financiada desde Inglaterra. Se sabe con absoluta certeza y sin discusión que las logias patriotas tomaron los métodos clandestinos de organización de las masónicas, pero no eran para nada más lo mismo. Fueron diferentes por el objetivo y por la autonomía de sus decisiones. Prueba de ello es que masones pelearon por ambos bandos, realista español e independentista latinoamericano. El propio José Miguel Carrera, como se sabe con absoluta certeza, fue masón, integrado en logias de Estados Unidos, y sin embargo, enemigo jurado de la Logia ¿”másonica”? Lautaro de O’Higgins y San Martín[3].
Pero ¿qué hacía Carrera en Estados Unidos? Oh sorpresa, Sí, buscaba y finalmente recibía, financiamiento. ¿Entonces, cómo puede ser él representante de la revolución “chilena” frente a la otra que se “financia de Inglaterra”? Porque Baradit no solo ignora o silencia este hecho, sino más importante aún, ignora algo fundamental, no solo en la primera independencia, sino en toda lucha humana desde siempre y fácilmente visible hoy mismo: que todos quienes enfrentan a un enemigo poderoso necesitan y deben buscar alianzas tácticas con quienes no comparten objetivos finales o esenciales, pero sí circunstanciales.
Por eso, Francisco de Miranda, fundador de la “logia financiada por Inglaterra” (como la llama Baradit) primero fue, años antes, cuando era oficial del ejército español, combatiente internacionalista al lado de las colonias inglesas de Norteamérica contra Inglaterra. Por eso, los esclavos negros haitianos pelearon, enviados por el imperio francés, en ese mismo bando y esa misma revolución, donde se convirtieron en cuadros que después se volvieron contra el propio imperio francés e hicieron la primera revolución de independencia latinoamericana y el primer estado moderno sin esclavitud del mundo. El propio José Miguel Carrera encontrará financiamiento, armas, barcos y apoyos de la naciente potencia imperial norteamericana. Robert Poinsett será internacionalista norteamericano en las filas de Carrera y pocos años después estará en México buscando robar territorio mexicano para Estados Unidos bajo la doctrina imperialista Monroe[4].
¿Quiere decir esto que Carrera era agente norteamericano? Por supuesto que no. Carrera, igual que la Logia Lautaro, que todos los revolucionarios de esa época y de todas las épocas (casos arquetípicos de esto son los de Lenin con los alemanes y de Mao Tse Tung con Chiang Kai-shek), incluida la presente, necesitaba y debía buscar alianzas tácticas, momentáneas, pasajeras, con actores que no compartían o incluso eran adversarios programáticos, pero con los que había coincidencias de intereses en el momento.
“San Martín… pensaba que lo mejor para América Latina – Chile y Argentina también – … ¡eran las monarquías!”. Lo primero que uno se pregunta es porque entonces se tomó tanto trabajo, deterioró gravemente su salud y arriesgó tanto su vida, para luchar y finalmente derrocar…. ¡a una monarquía¡ Porque Baradit ignora, de nuevo, por qué se estaba luchando esa guerra, y no era por monarquías versus repúblicas. Ocurre lo mismo que con las nacionalidades tal como las conocemos hoy que no existían entonces. La guerra era por la independencia del imperio español, la unidad continental y contra las castas oligárquicas; y la cuestión de si para eso se usaba una monarquía constitucional o una república era difusa y táctica en la época, de forma y no de fondo.
Carrera, en 1817, se asila en Montevideo, ocupado por el general Lecor, al mando de un ejército portugués, monarquista y esclavista. En 1820, es nombrado “Pichi Rey” por los indios ranqueles. Sin que a nadie se le ocurra (o eso esperamos) tomar estos hechos como una prueba de su supuesto “monarquismo”. Miranda, por ejemplo, hace sus primeros proyectos independentistas para monarquías constitucionales (incas) y luego se inclina más por la forma republicana. El Congreso de Tucumán, primero en declarar la independencia suramericana en 1816, aprueba un proyecto de “incanato suramericano” (monarquía constitucional).
San Martín, que fue republicano siempre, mira la monarquía como una necesidad puntual y transitoria para conservar la independencia en Perú ante graves dificultades que amenazan con perderla. O’Higgins, su aliado y estrecho amigo personal hasta el final de sus días, discrepa y se mantuvo republicano radical siempre. Ambos son programáticamente, de fondo, independentistas, antimperialistas y anti oligárquicos (San Martín se ganó el odio de la nobiliaria Lima por sus leyes a favor de indios y negros, como O´Higgins cuando mandó quitar a culatazos los escudos nobiliarios de las puertas en Chile), no los separa una cuestión de forma, táctica, sino que los une el programa esencial.
O’Higgins sería autoritario y criminal (implícitamente, Carrera no lo sería). Es innegable que la odiosidad personal y de grupo entre carrerinos y lautarinos llegó a extremos incontenibles. Y aunque Baradit silencia el dato fundamental de que se trataba de un odio mutuo y equivalente, existe abrumadora prueba histórica de que los Carrera no habrían actuado diferente a la Logia Lautaro, de haber ganado la pugna. Por dar un ejemplo, en cartas a su esposa Mercedes, José Miguel, escribe respecto de sus planes de derrocar el gobierno de O’Higgins en Chile, literalmente, que bastaría con “ahorcar cuatro brivones” y que es una “lástima que Riquelme [O’Higgins] no tenga mil pescuezos para medio pagar”[5]. Esto es mucho antes del asesinato de sus hermanos por la Logia Lautaro (Llama “Riquelme” a O’Higgins para agraviarlo por ser no reconocido por su padre hasta su lecho de muerte, cuando ya O’Higgins era adulto).
Lo cierto es que las circunstancias dieron por vencedores a los lautarinos y estos actuaron movidos por esa inquina, asesinando a los Carrera y más tarde a Manuel Rodríguez. Un hecho deleznable, triste e injustificable, que muestra las limitaciones y errores de esos revolucionarios, pero que no niega que es muy probable que los Carrerinos hubieran hecho lo mismo y que a pesar de lo ocurrido compartían el programa esencial de independencia, continentalidad y anti oligarquía.
Así se explica porque Manuel Rodríguez, siendo carrerino, luchó junto a la Logia Lautaro en la independencia de Chile y llegó a tener fuertes vínculos político militares con San Martín. O porque Carrera escribió a Simón Bolívar en 1816 para reafirmar la idea de lucha continental conjunta, el mismo Simón Bolívar a cuyas órdenes, y por las mismas razones de Carrera, se pondrá O’Higgins en la campaña final de Ayacucho. ¿Por qué silenciar esto tan importante y tan vigente para enfatizar solo unilateralmente las odiosidades personales y de grupo? ¿A quiénes sirve esa media verdad finalmente?
Respecto del autoritarismo de O’Higgins, baste decir que, como está bien documentado e indiscutido, fue el más fuerte impulsor del primer congreso chileno y un irrenunciable republicano que se negó a las fórmulas monárquicas constitucionales consideradas por muchos revolucionarios patriotas. Ciertamente, que realizó acciones fuertes, militares, ¿pero acaso puede esperarse otra cosa en tiempos turbulentos de guerra y de incipiente, convulsionada construcción de un estado? ¿Acaso Carrera no dio tres golpes de estado en el corto período de la primera independencia? ¿Acaso no siguieron 10 años de luchas violentas, autoritarias y criminales, tras el derrocamiento de O’Higgins? ¿Dónde estaban los no autoritarios ni criminales entonces?
Llama la atención que Baradit no encuentre incongruencias entre el derrocamiento del supuesto O’Higgins autoritario y criminal y las medidas de su gobierno que afectaron a la más reaccionaria y conservadora oligarquía nobiliria, latifundista y de la iglesia, tales como la eliminación de los títulos, los mayorazgos y el monopolio de cementerios en las iglesias solo para los ricos y católicos, quienes lo terminaron derrocando. El “autoritario y criminal” O’Higgins es hasta ahora, sí hasta ahora, el único, sí el único, jefe de estado chileno que reconoció la independencia del pueblo Mapuche[6]. ¿Puede alegremente silenciarse, como algo nimio y sin importancia, este hecho en un país cuyos crímenes permanentes contra el Pueblo Mapuche son su herida abierta hasta hoy?
De ahí que resulte falso, injusto y triste la imagen de la portada del libro de Baradit que comentamos, con el dibujo de un O’Higgins con el gesto y los lentes del Pinochet golpista, quien hizo exactamente lo contrario, favoreció en todo a esos mismos sectores privilegiados y derrocó a un presidente, Allende, que hizo exactamente lo que O’Higgins, afectar sus intereses.
Historia, ¿para qué? Si bien se aplaude la iniciativa de usar la anécdota, la sencillez y la actualización para llevar la memoria histórica a la gente, haciéndola más atractiva, esto no puede ni debe hacerse sacrificando la rigurosidad histórica, lo que equivale a dar un paso adelante y otro dos hacia atrás. El recurso fácil de apelar a los egoísmos chovinistas y enfatizar las bajas pasiones de encono personal y de grupo conecta rápido con el sentido común de esta sociedad enferma precisamente de eso, ¿pero es eso lo que buscamos o queremos buscar?
Así nace, justamente, para contrastar con aquella concepción “chica”, el concepto, propio del continente, y que se usa para el continente, de “Patria Grande”. Gabriela Mistral, la poeta universal chilena, llamará también a elevarse por encima de pugnas chovinistas, fratricidas y suicidas. “Ten la justicia para tu América total. No desprestigies a Nicaragüa para exaltar a Cuba; ni a Cuba para exaltar a la Argentina. Piensa en que llegará la hora en que seamos uno, y entonces tu siembra de desprecio o de sarcasmo te morderá en carne propia” (1922)[7].
Debemos y podemos buscar el rescate actualizado de nuestra memoria histórica, superando la arena movediza y el campo minado de mentiras, calumnias, silencios y tergiversaciones, pero para construir una sociedad más sana y más humana, independiente, justa y continental, como la soñaron y por la que lucharon O’Higgins y Carrera, dos grandes patriotas, no perfectos, ni angélicos, ni inmaculados, sino imperfectos y limitados, pero comprometidos ambos de igual manera con un programa de liberación y con un pueblo.
El gran cubano universal, José Martí, escribió estas palabras para otros libertadores independentistas pero que sirven totalmente para estos gigantes que hemos comentado aquí, Carrerinos y Lautarinos: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” [8]. Y que son plenamente coincidentes con las que el Che refiriera al aporte de los creadores del marxismo y citamos antes en este trabajo.
Las discrepancias parecen naturales y consustanciales al ser humano y, en el contexto de luchas revolucionarias, desde el arquetípico caso de Danton y Robespierre en Francia, tienden a correr el riesgo de exacerbarse, hacerse antagónicas y llevar a errores y horrores. Motivo de reflexión seria y profunda para los/as revolucionarios/as, pero no resulta útil, el asumirlas con ligereza y superficialidad, asumiéndolas como propias y tomando partido como si se tratase de barras bravas de fútbol.
Solo para el caso de nuestra primera independencia, existieron varias de estas dolorosas divisiones entre patriotas que, sin embargo, y esto es lo importante, compartían el mismo programa político fundamental: independencia, unidad continental e igualdad social. Entre Bolívar y Miranda en la Gran Colombia, que el presidente Chávez supo tratar constructivamente en el mismo sentido, riguroso y útil, que plantea este artículo. Entre Bolívar y Gaspar Rodríguez de Francia, a propósito de la detención del naturalista francés, Blonpland. Entre Bernardo de Monteagudo y Faustino Sánchez Carrión, en Perú, existiendo incluso la hipótesis abierta de que el segundo estuviera involucrado en el asesinato del primero. Entre Sucre y Simón Rodríguez durante el experimento de república social en la naciente Bolivia. Entre otros.
Las razones son variadas, complejas y deben ser investigadas con rigurosidad en cada caso. El acceso excluyente al poder, diferencias biográficas y culturales, discrepancias momentáneas, tácticas (como es el caso del debate república monarquía), o más de fondo, programáticas, como es el caso del debate centralismo versus federalismo, que existió, por ejemplo, entre Lautarinos y Carrerinos.
Sin dejar de reconocer los errores y limitaciones de los/as Libertadores/as, las “manchas” del sol, como las llamó Martí, incluyendo sus dolorosas odiosidades personales y de grupo, precisamente, para evitarlas en el presente y en el futuro, es imprescindible una reconstrucción útil de su programa y compromiso común, su luz, como el gran regalo de liberación que dejaron a sus pueblos, de los cuales han sido, con todo, sus mejores hijos/as.
[1] Sociólogo por la Universidad de Chile. Comunicador por la Universidad Inca Garcilaso de la Vega – UIGV. Egresado de la Maestría en docencia virtual por la Universidad San Martín de Porres – USMP. Facilitador por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya – UARM y la Asociación Peruana de Facilitadores. Militante de organizaciones políticas de Chile, Venezuela y Perú. Trabaja temas de movimientos sociales y políticos y pensamiento latinoamericano. Actualmente es Coordinador Académico del Instituto Ciudadanía y Democracia – ICD. Director Ejecutivo de Forum Solidaridad Perú – FSP. Y miembro de la Coordinación continental de Alba Movimientos, por Perú, país donde reside hace 10 años.
[2] Corresponde al Capítulo 1 del libro: Baradit, Jorge (2016). Historia secreta de Chile 2. Sudamericana. Chile. Páginas 17 a 31.
[3] Ver: https://www.academia.edu/2307659/Jos%C3%A9_Miguel_Carrera._Redes_mas%C3%B3nicas_durante_las_guerras_de_independencia_en_Am%C3%A9rica_del_Sur
Consultada el 30-06-21.
[4] Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Joel_Roberts_Poinsett
Consultada el 30-06-21.
[5] Cartas del 16 y 22 de mayo de 1817.
[6] Ver: https://interferencia.cl/articulos/hace-200-anos-bernardo-ohiggins-reconocio-la-independencia-del-pueblo-mapuche
Consultada el 30-06-21.
[7] Ver: https://www.voltairenet.org/article123059.html
Consultada el 30-06-21.
[8] Ver: http://www.damisela.com/literatura/pais/cuba/autores/marti/oro/heroes.htm
Consultada el 30-06-21.