CEFB.
El pasado 17 de agosto en la Universidad de Valparaíso se presentó el libro EL PROYECTO SOVIÉTICO. UNA INTERPRETACIÓN. Ensayos de Antonio Fernández Ortiz, el académico de la Universidad Luis Corvalán Marquez envión la siguiente presentación.
EL PROYECTO SOVIÉTICO. UNA INTERPRETACIÓN. Antonio Fernández Ortiz
En primer lugar quisiera agradecer al Centro de Estudios Francisco Bilbao la invitación que me ha extendido a presentar el libro de Antonio Fernández Ortiz, El proyecto soviético, una interpretación, libro que, editado por este Centro, nos propone, según veremos, una inédita interpretación de la experiencia soviética.
El texto está compuesto por cinco ensayos, los que con antelación fueran publicados de manera separada y en distintas fechas. En esta edición se ha procedido a reunirlos, al parecer considerando que cada uno aporta a la fundamentación de la misma tesis, a la cual nos referiremos luego.
El primer ensayo, que es el más extenso, se titula Octubre, imperialismo y la revolución mundial de los otros. En él se enuncia la tesis central del libro, sobre la cual vuelven –aportando a su fundamentación- los ensayos siguientes. El segundo ensayo se titula Octubre y el capital. El nombre del verbo. El tercero lleva como título, Stalinismo, sociedad tradicional y sentimiento de revolución frustrada. El cuarto, Treinta y tres tesis sobre el proyecto soviético. Y el quinto, El hombre, el cosmos, la ciencia y el bien. Los soportes éticos de la ciencia soviética.
En lo que sigue intentaré sintetizar algunos de los planteamientos fundamentales del libro. Partiré diciendo que su tesis, a diferencia de las interpretaciones predominantes sobre la revolución rusa, postula que el actor principal de esta no fue el proletariado sino el campesinado ruso. El autor argumenta esta afirmación postulando que existiría una incompatibilidad entre el campesinado en general y el capitalismo pues el desarrollo de este conllevaría la desaparición de los estratos campesinos los que -en el capitalismo- inevitablemente terminarían convirtiéndose, por un lado, en burguesía agraria y, por el otro, en clase obrera urbana. Dicho de otra manera, con el desarrollo del capitalismo el campesinado estaría destinado a desaparecer como tal, cuestión que el campesinado ruso de fines del siglo XIX en adelante habría percibido con claridad.
A lo dicho Fernández, agrega otra consideración. Coincidiendo con la corriente eslavófila, sostiene que la realidad rusa difiere esencialmente de la civilización occidental al punto de tener su propio camino de evolución, el cual no pasaría por el capitalismo. Los primeros intentos por avanza en dirección a este –dice- que comenzaran en 1861 mediante la abolición de la servidumbre, -intentos que fueran luego profundizados por las reformas de Stolipyn en 1908-, generaron una masiva y frenética resistencia del campesinado ruso, cuya cultura era del todo tradicional (y no moderna). Habría sido en esas protestas campesinas donde la revolución rusa tendría sus raíces, sostiene Fernández.
Agrega que los bolcheviques se habrían percatado oportunamente de la decisiva importancia del campesinado y decidieron apoyarse en él. Esto es, habrían comprendido que la revolución rusa sólo sería posible si era apoyada por los campesinos, de los cuales, por lo demás, provenía el pequeño proletariado que existía en el país, el que, a juicio de Fernández, nunca dejó de sentirse como parte de la clase campesina.
Pero aún más, por las razones indicada arriba, Lenin habría comprendido que esa revolución debía eludir el paso por el capitalismo. Es decir, siempre apoyada en los campesinos, debía pasar directamente desde la sociedad tradicional rusa al socialismo.
Aquí, según Fernández, yacía la diferencia fundamental entre los bolcheviques y los mencheviques. En efecto, estos últimos profesaban un marxismo eurocéntrico el cual, supuestamente siguiendo a Marx, suponían que el socialismo sería la resultante de determinadas premisas objetivas consistentes en el desarrollo y maduración del capitalismo. Esto significa que sin pasar por la fase de desarrollo capitalista no sería posible acceder al socialismo. Sería el capitalismo –como dijera Marx- el que en su seno creaba las condiciones objetivas del socialismo, generando un amplio proletariado. De allí que para las condiciones rusas el desarrollo del capitalismo era indispensable, con su consiguiente régimen político parlamentario, siguiendo en todo ello la trayectoria de occidente. Tal era la posición de los Mencheviques.
Lenin –sostiene Fernández- discrepaba de ese enfoque. En efecto, con sus tesis sobre el imperialismo habría demostrado que el desarrollo del capitalismo, -con la excepción de Europa occidental y los Estados Unidos- conducía directamente a los otros países –desde ya a Rusia- no a un capitalismo desarrollado que crearía las condiciones para el socialismo, sino a su conversión en periferia explotada y semi colonial empobrecida en beneficio de los referidos países centrales. Y era precisamente este decurso el que había que evitar, precisamente mediante una revolución cuya fuerza motriz principal –dice Fernández-, sería el campesinado el que, por lo demás, constituía la inmensa mayoría de la población rusa. Eso es lo que habrían comprendido Lenin y los bolcheviques, en contraposición al marxismo ortodoxo y euro centrista de los mencheviques.
Gracias a esta capacidad de Lenin y los bolcheviques es que la revolución, apoyada en el campesinado, habría podido triunfar en octubre de 1917.
Esta tesis, expuesta en el primer ensayo y reforzada en los siguientes, tiene otra faceta, que consiste en el aspecto cultural. El campesinado ruso –subraya Fernández- tenía una pronunciada cultura tradicional, muy distinta a la cultura occidental moderna. Consideraba, por ejemplo, que la tierra era de Dios, por lo cual no podía ser entregada en propiedad privada; concebía al Estado no como una dictadura de clases, sino como un gran protector del bien común y de las familias; asociaba a los líderes políticos no a abstractas ideas teóricas y filosóficas, sino a los héroes de sus viejos mitos nacionales que encabezaban las luchas del pueblo pobre y desamparado en contra de sus opresores, y así sucesivamente. Todo ello –dice Fernández- formaba parte de una serie de pautas tradicionales que se traducían en un tipo específico de pensamiento campesino en el cual el ideal de sociedad justa se identificaba con una comunidad universal que incluía en su seno a todo el pueblo ruso dando origen a una especie de reino de Dios en la tierra.
Lo particular del caso –dice Fernández-, radicaba en que, -como dijimos-, esa Rusia tradicional campesina encontró en los bolcheviques el vehículo idóneo para expresarse. Los bolcheviques, ajenos al marxismo eurocéntrico de los mencheviques que consideraban que Rusia debía seguir la trayectoria histórica de occidente, como ya lo señaláramos, comprendieron que la revolución rusa debía apoyarse en el campesinado y que debía evitar el curso histórico de occidente saltándose la fase capitalista de desarrollo con su respectivo régimen parlamentario, pasando, en lugar de ello, directamente al socialismo.
Tal habría sido la particularidad de la revolución de octubre en Rusia. De allí que esta –dice Fernández- deba ser considerada como “una revolución de nuevo tipo que dio comienzo a una revolución mundial muy diferente a la que concebía el marxismo eurocéntrico, la cual consistiría en la revolución de las sociedades campesinas frente a la penetración del capitalismo.
Así las cosas, “el Estado soviético habría sido un Estado de nuevo tipo que incorporó las formas tradicionales de organización campesina del poder.” P120 Habría sido en tales condiciones que la revolución soviética inició durante las décadas de los veinte, treinta y cuarenta del siglo pasado, un proceso en el cual “tradición y modernización iniciaron juntas, con toda su carga de contradicciones e incompatibilidades, una andadura histórica que dio como resultado el concepto de sociedad que conocemos como Unión Soviética.”
En esas condiciones –dice Fernández- la Unión Soviética pudo crear y desarrollar un sistema industrial moderno y una ciencia y técnica de vanguardia que le permitió convertirse en una alternativa al capitalismo occidental y un modelo a imitar por los países dominados por el capitalismo que posteriormente pasaron a denominarse, en la nomenclatura occidental, como países del Tercer Mundo.”
Ahora bien, en cuanto a la crisis que llevó a su fin a la URSS, Fernández es plenamente coherente con lo ya dicho. Sostiene que esa crisis estuvo vinculada al posterior desarrollo urbano de la sociedad soviética, lo que generó una cultura distinta a la tradicional campesina, a lo que se agregó “ el desaparecimiento de las generaciones todavía portadoras del componente tradicional campesino ruso”. “De hecho –agrega- en esas circunstancias se produjo una profunda fractura cultural e ideológica entre la ciudad y el campo. El campo ruso, la aldea rusa, continuó siendo soviética, mientras que las grandes ciudades comenzaron a distanciarse de aquel modelo cultural primordial y comenzaron a asumir los patrones y modelos del mundo occidental.”
Como consecuencia de esos fenómenos, que conllevaban una verdadera crisis, fue que aparecieron las premisas de la perestroika, -dice Fernández- la que dio lugar “al inicio de del proceso de disolución ideológica del proyecto soviético”. Ayudó a este proceso la paulatina conformación de un estamento privilegiado de la sociedad –la nomenklatura– a la que se agregaron amplios segmentos de la intelectualidad, cada vez menos soviéticos por su espíritu y admiradores de la cultura y el modo de vida occidental. En este contexto, la Perestroika habría sido “una revolución realizada en la superestructura del sistema soviético, cuyo objetivo era incorporar a la URSS al ámbito de la civilización occidental, lo cual se habría traducido en el fin de la Unión Soviética.
Fernández concluye señalando que “el sistema soviético no era un sistema agotado en sí mismo…puesto que el crecimiento económico anual de la URSS en los años previos a la perestroika no descendió del 3% anual, cuando Europa occidental en aquellos mismos años todavía se encontraba en una profunda crisis económica que en algunos países se manifestaba en un crecimiento económico negativo, o en el mejor de los casos se mantenía en 0%. La crisis del sistema soviético no fue, por tanto, una crisis económica, fue una crisis sistémica que se manifestó con más agudeza en la superestructura.”
Tal es la visión que sobre el caso soviético nos presenta este libro. Como se ve, dista mucho de los enfoques predominantes, lo que hace muy interesante su lectura. Más aún cuando su redacción dista mucho de cualquier asomo de complejidad artificial, haciéndose asequible al amplio público. Desde ya congratulamos al centro de estudios Francisco Bilbao por llevar a cabo su edición y recomendamos calurosamente a los interesados en estos temas adquirir el correspondiente ejemplar.
Gracias.
Luis Corvalán Marquez
Julio de 2022